El politólogo Fukuyama analiza el panorama global y la frase que lo hizo famoso: 'el fin de la historia'

A comienzos de febrero, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama visitó Colombia invitado por el Centro Internacional de la Empresa Privada (CIPE) para presentar su último libro El liberalismo y sus desencantados. En líneas generales, la tesis resulta compleja: los sistemas políticos liberales se encuentran amenazados. Lo cierto es que, por polémico que suene este planteamiento, tiene ejemplos que lo sustentan: el ascenso de políticos como Donald Trump y Jair Bolsonaro, y la consolidación de alguien que ha estado en boca de todo el mundo durante el último año: Vladimir Putin.

Las teorías de Fukuyama, que conversó con FORBES, apuntan a que las democracias liberales representan la opción que ofrece más oportunidades para que los ciudadanos tengan una vida próspera. Sin embargo, Putin ha intentado atacar este orden con la invasión rusa a Ucrania.

Tras el colapso de la antigua Unión Soviética en 1991, el mundo se hizo a la idea de que la geopolítica por la fuerza, a la antigua, había muerto y que las invasiones militares para conquistar otros países —como hizo Adolf Hitler en los años 30— habían quedado proscritas. De ahí que las naciones se tratarían entre sí de una forma más democrática, respetando la soberanía de sus vecinos y creando un orden mundial basado en la diplomacia. Se iniciaba una era en la que las democracias liberales se imponían. Eso fue lo que Fukuyama llamó en su momento “El fin de la historia”, una de sus más polémicas ideas.

No obstante, Vladimir Putin pateó el tablero con su invasión a Ucrania lo que detonó una guerra que ya cumplió su primer aniversario y no da pistas de que tendrá una resolución pronta. “Creo que es algo que nadie esperaba, al menos en Europa o entre los países más avanzados. Por eso la invasión conmocionó tanto a la gente”, aseguró Fukuyama.

El reinicio de la historia

Para Fukuyama, el conflicto no se trata solo de una disputa territorial entre Rusia y Ucrania. Para él, la importancia de este hecho histórico es mucho mayor. “Realmente tiene que ver con el futuro de la democracia mundial, porque el origen de la guerra radica realmente en la creencia de Putin de que el colapso de la antigua Unión Soviética fue, como él dijo, la mayor tragedia del siglo XX”, explicó.

Más allá de eso, el presidente ruso está en contra de todo el orden europeo que surgió tras el final de la Guerra Fría. En una entrevista con el Financial Times en 2019, dijo que el liberalismo es una doctrina obsoleta y que necesita ser reemplazada por el gobierno autocrático fuerte que él representa. Según Fukuyama, eso era realmente lo que subyacía en el conflicto y por eso la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se ha unido de una manera tan fuerte para apoyar a Ucrania, pues no quieren que ese orden democrático se altere.

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Putin, parafraseando a Fukuyama, quiere reiniciar la historia. Si eso llegara a suceder, las repúblicas de la antigua Unión Soviética y los países de Europa del Este perderían su autonomía, y Putin cumpliría su sueño de crear una esfera de influencia por medio de una Rusia más grande que incluya a Ucrania, Moldavia, Georgia, los países bálticos y las naciones que formaban parte de la URSS.

De ahí viene la urgencia de algunas naciones de la OTAN de enviar armamento a territorio ucraniano. Uno de los más activos en esta discusión ha sido el canciller alemán, Olaf Scholz, teniendo en cuenta que su país posee la licencia de exportación de los 300 tanques Leopard 2 que solicitó Ucrania y que le permitirían pasar a la ofensiva, al estar equipados con municiones que alcanzan los 5.000 metros y dos ametralladoras controladas de manera digital. Incluso uno de los ejemplares más antiguos de esta modalidad podría vencer a cualquiera de los carros de combate soviéticos en un enfrentamiento cara a cara.

¿Cuál es el problema con esto? Que el envío de tanques podría cambiar las reglas de juego al escalar el enfrentamiento con armas de tanto poder. Al menos así lo analizó el ministro de Defensa de Italia, Guido Crosetto, quien aseguró que una confrontación entre carros de combate de ambos bandos en territorio ucraniano sería el punto de partida de la Tercera Guerra Mundial.

Si bien el escenario es alarmante, Fukuyama considera “ridículo” que se materialicen esos riesgos. “Hemos entregado un montón de armas de alta tecnología a Ucrania y no hay ninguna razón para pensar que darles estos tanques va a causar algún tipo de línea roja (…) El uso de armas nucleares no beneficia a Rusia, pues no va a ayudarles en el campo de batalla, no va a doblegar la voluntad de los ucranianos y no va a desencadenar una respuesta masiva. Así que realmente no tienen ninguna razón para escalar de esa manera”, apuntó.

En este punto es donde queda más en evidencia la teoría insignia de Fukuyama: la historia, como lucha de ideologías, ha terminado, con un mundo final basado en una democracia liberal que se ha impuesto tras el fin de la Guerra Fría. Cabe aclarar que la palabra historia, tal y como Fukuyama la utilizó, probablemente se utilizaría hoy en día como modernización o desarrollo.

“Muchos intelectuales progresistas habían dicho que el fin de la historia iba a ser el comunismo. Mi argumento era simplemente que yo no creía que eso fuera cierto, pues yo no veía una etapa superior de la organización social humana que no fuera una democracia liberal conectada a una economía de mercado”, detalló.

En ese sentido, el significado del fin de la historia sigue siendo cierto, pues naciones como Irán, Rusia o China no representan realmente formas superiores de civilización. A pesar de ello, sus acciones sí demandan un análisis profundo, sobre todo aquellas centradas en el último caso…

¿Qué pensar de China?

Antes de llegar a Colombia, Fukuyama estuvo de visita en Japón, nación de la que le llamó la atención un detalle en particular: su presupuesto de defensa ascendió a 6,8 billones de yenes para 2023 (unos US$50.546 millones), cifra que creció 1,4 billones frente al año pasado (unos US$10.406 billones). La razón apunta a que muchos actores de Asia Oriental reconocen ahora que China podría hacer con Taiwán lo mismo que Rusia le hace hoy a Ucrania, lanzando una invasión anfibia e intentando ocupar militarmente el país.

Los rumores de una invasión china a Taiwán se avivaron el pasado 2 de agosto, cuando la presidenta de la Cámara de Representantes de EE.UU., Nancy Pelosi, visitó la nación insular como parte de una gira por el Asia que incluía países como Singapur, Malasia, Corea del Sur y Japón. Pelosi aseguró que representaba “el compromiso inquebrantable de EE.UU. de apoyar la democracia de Taiwán”, pero sus palabras no cayeron bien ni siquiera entre los taiwaneses, pues consideraron que podrían desestabilizar la región.

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A partir de entonces, las tensiones entre China y EE.UU. se intensificaron, aunque alcanzaron su punto máximo con la aparición de varios globos de vigilancia chinos sobre territorio estadounidense durante las últimas semanas. Si bien el Pentágono aseguró que estos avistamientos ya venían ocurriendo desde el gobierno de Donald Trump, hasta ahora se hacen públicos.

Para Fukuyama, Pelosi “no hizo nada” para crear ese hecho. Según el académico, los chinos han estado construyendo un ejército durante los últimos 25 años cuyo propósito es tener la capacidad de tomar Taiwán.

“Esto es algo que ha sido un plan a largo plazo. Hablan de ello todo el tiempo; han dicho una y otra vez que si Taiwán no vuelve a ellos pacíficamente entonces utilizarán cualquier medio que sea necesario y esto es algo que creo que han estado planeando durante décadas”, sostuvo.

Cabe tener en cuenta que Taiwán tiene un movimiento independentista fuerte y que la base de la actual política de postración es la afirmación de Estados Unidos, China y del propio Taiwán de que “solo hay una China en el Taiwán, por lo que es parte de China”. Esto lleva a un fuerte desacuerdo sobre la forma de gobierno que debería tener la nación, lo que dificulta aún más pensar en eventuales soluciones.

“Al movimiento de independencia le gustaría ver a Taiwán convertirse en un país soberano independiente que sea reconocido oficialmente por otras naciones y así sucesivamente. Creo que, si esa facción del actual partido gobernante llega al poder, entonces eso podría ser el detonante de una invasión china”, subrayó.

Además de presentar su último libro, Fukuyama impartió un programa sobre liderazgo a jóvenes profesionales con el apoyo del Centro Internacional para la Empresa Privada (CIPE), cuyas investigaciones sobre “capital corrosivo” revelaron que China se encuentra entre los países que promueven esta modalidad, que no solo carece de transparencia y rendición de cuentas, sino que también busca incidir en la política interna de los países que reciben dichos recursos.

A través de la iniciativa Belt and Road, también conocida como la nueva Ruta de la Seda desde 2013, China busca mejorar sustancialmente el comercio, las inversiones extranjeras y las condiciones de vida de los ciudadanos en los 147 países participantes. No obstante, expertos del Banco Mundial comentaron que esto solo será posible si China y las economías de los corredores adoptan reformas políticas más profundas que aumenten la transparencia, amplíen el comercio y mitiguen los riesgos ambientales, sociales y de corrupción. Lejos de lograrlo, han metido a muchos países en problemas.

Peligro para América Latina

Ecuador es un buen ejemplo de ello con una serie de represas y proyectos que actualmente se están resquebrajando. Uno de los casos más sonados ha sido el de la planta hidroeléctrica Coca Codo Sinclair, obra insignia del gobierno de Rafael Correa ubicada en la provincia de Napo, en el centro norte del país. En vez de solventar las necesidades energéticas de la nación, cuenta con muchos defectos de construcción y se cree que no sobrevivirá más allá de unos pocos años. Lo más preocupante es que, en caso de derrumbarse, creará enormes problemas sociales y medioambientales.

Incluso, la obra en sí ya cargó a Ecuador con un nivel considerable de deuda que realmente no pueden pagar, pues el proyecto representó cerca de US$ 19.000 millones en préstamos del gobierno chino, que también fueron destinados a por lo menos dos docenas de grandes proyectos que no están ganando suficiente dinero para pagar las obligaciones que asumieron.

“Los chinos no son transparentes en estas cosas. No sabemos cuáles son los términos de los acuerdos de concesión que Correa firmó en Ecuador, pero sospechamos que hay una garantía soberana de modo que, si el proyecto va mal, es el Estado ecuatoriano y en última instancia los contribuyentes ecuatorianos quienes van a tener que intervenir para arreglar las cosas”, explicó Fukuyama.

El académico añadió que los contratos se negocian a menudo sin ninguna transparencia, por lo que los medios de comunicación, el poder legislativo y otros actores no tienen oportunidad de ver realmente los términos del trato, de ahí que “ningún gobierno debería negociar nada con los chinos si esas condiciones no están a disposición del público”.

Lo más problemático del caso es que, en el pasado, había una especie de ilusión de que China sería el salvador de la región. Incluso, sigue siendo el caso de que China compra enormes cantidades de materias primas, además de commodities como el cobre chileno y la soya de Brasil. Sin embargo, la probabilidad de que China vaya a sacar a esta región de su actual depresión es remota.

Ciertamente va a haber un repunte este año por la reapertura de China tras dejar de lado sus políticas de cero covid, pero economistas consultados por FORBES han manifestado que su tasa de crecimiento no va a permanecer en el 5% o 6%, mucho menos en el 8% o 9% de hace varios años, sino que podría ser de 1% o 2% e incluso mantenerse plana por un período significativo.

En el terreno de las telecomunicaciones, Fukuyama puntualizó que las grandes plataformas de internet también tienen la capacidad de amplificar enormemente ciertas voces sobre otras, además de que no están interesadas en actores creíbles que proporcionen información de alta calidad. “Quieren ofrecer lo que más venda y eso a menudo son contenidos virales, teorías de la conspiración, ataques personales y extravagantes”, comentó.

La sombra de la polarización

En países como Chile, Brasil o Colombia se ha hablado de polarización política desde el plebiscito constitucional, la elección de Jair Bolsonaro o el plebiscito por la paz de 2016, respectivamente, cuando se registraron agresivas campañas mediáticas y de redes sociales donde se difundieron informes de dudosa veracidad que enturbiaron la discusión pública en torno a los procesos.

No obstante, la explicación es diferente para distintos países, pues Fukuyama sostiene que no hay una única causa para abordar el tema. En el caso de América Latina, el fenómeno que se ha visto surgir sigue siendo una especie de populismo de izquierdas tradicional fundado en la gran brecha social entre ricos y pobres, además un alto grado de desigualdad económica y social en prácticamente todos los países de la región. Esto ha dividido tradicionalmente a estas sociedades entre la élite conservadora y una facción que se siente excluida de las instituciones de la sociedad.

“En Brasil, Chile y Colombia hay varios partidos tradicionales atrincherados y mucha gente no está contenta con ello. Creo que esto se vio exacerbado por la pandemia, el fin del boom de las materias primas y muchas otras cosas que han sucedido en los últimos años y que creo han mantenido este tipo de poder populista en muchos países de América Latina”, añadió.

Para Fukuyama, nuestro populismo se basa en la clase trabajadora que se consideraba a sí misma de clase media, que ha perdido su trabajo y estatus, lo que ha provocado mucha rabia y resentimiento hacia las élites que han creado un mundo económico globalizado.

En otros casos, la base social no son los más pobres. Al menos así sucede en Estados Unidos, donde el fenómeno se centra en las minorías raciales y los inmigrantes. Si bien muchos de ellos votan al partido de izquierdas, el partido populista es considerado principalmente un fenómeno de derechas.

“Con el auge de internet y las redes sociales, se produce un efecto eco en el que la gente refuerza sus propias opiniones y puede aislarse de aquellos que no están de acuerdo con sus ideas, lo que ha agudizado la polarización que existe en muchas sociedades”, concluyó Fukuyama.

No cabe duda que el mundo se ha fragmentado con mayor crudeza a medida que pasan los años, más aún con la irrupción de conflictos geopolíticos que sacan a relucir posiciones tan divergentes entre sí que no dejan una resolución distinta a la confrontación política que deriva en la polarización. Precisamente, ese es el reto que Fukuyama encuentra en aquellos que están en el poder, tanto en Estados Unidos como en las democracias liberales que hoy en día se encuentran amenazadas.