Sin embargo, el camino hacia una prevención realmente eficaz no está exento de retos. estos son los tres principales.
En América Latina, el fraude corporativo continúa siendo una amenaza silenciosa pero devastadora. No solo erosiona los resultados financieros, sino que daña gravemente la confianza de clientes, socios y accionistas. Según el “Mapa del Fraude Corporativo en América Latina”, elaborado por la Association of Certified Fraud Examiners (ACFE), cada caso de fraude le cuesta en promedio 1,5 millones de dólares a las empresas de la región. Más alarmante aún: 71% de las compañías ha sido víctima de al menos un fraude, ya sea interno o externo.
A pesar de estas cifras, muchas organizaciones siguen enfrentando este problema desde un enfoque reactivo: los controles se activan después del incidente, los procesos se revisan cuando ya es tarde, y las sanciones llegan cuando el daño está hecho. La transformación digital que atraviesan las industrias exige un cambio radical: pasar de reaccionar a anticipar. Gracias a la analítica avanzada, el machine learning y la visualización predictiva, hoy es posible identificar patrones de comportamiento anómalos en tiempo real y actuar antes de que el fraude se concrete. Esta inteligencia predictiva ha demostrado reducir hasta 30% los casos de fraude interno, lo que marca un antes y un después en la estrategia de protección corporativa.
Sin embargo, el camino hacia una prevención realmente eficaz no está exento de desafíos. Los retos son principalmente tres. El primero es la falta de integración entre áreas clave. Uno de los errores más comunes en la prevención del fraude corporativo es abordar el riesgo desde silos funcionales. Cuando áreas como auditoría interna, gestión de riesgos, compliance y tecnología operan sin una coordinación estructurada, se pierde visibilidad de señales tempranas y se diluye el potencial de los sistemas analíticos. Esta fragmentación genera vacíos de control y datos que no conversan entre sí, lo que impide la detección de patrones de comportamiento anómalos. Las funciones críticas de las compañías deben compartir objetivos, alertas y métricas comunes, alineadas con un enfoque integral de gestión de riesgos.
El segundo reto está en la gobernanza de datos deficiente e infraestructura subutilizada. Muchas compañías cuentan hoy con herramientas de analítica avanzada, pero carecen de una política clara para su uso estratégico. La ausencia de una gobernanza robusta de datos -que defina responsabilidades, criterios de calidad, procesos de actualización y modelos de acceso- impide traducir la tecnología en valor real. Peor aún, en no pocos casos, las inversiones en infraestructura quedan subutilizadas, o se convierten en “islas tecnológicas” sin conexión al modelo de gestión. Debe existir una supervisión que incluya no solo el seguimiento de riesgos financieros y operacionales, sino también la validación del uso efectivo de los activos digitales que soportan la prevención del fraude.
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El tercer desafío es la capacitación limitada que existe actualmente en torno al fraude digital. La sofisticación de los mecanismos de fraude ha crecido a la par con el avance de la tecnología. Phishing, manipulación de algoritmos, accesos privilegiados y fraudes internos invisibles ya no son escenarios aislados. Sin embargo, la mayoría de las organizaciones aún no capacita adecuadamente a sus equipos, ni cuenta con protocolos de formación continua en fraude digital. Este déficit no solo afecta a los colaboradores operativos: también alcanza a niveles ejecutivos y a los propios miembros del directorio, que muchas veces deben tomar decisiones críticas sin comprender plenamente el riesgo digital al que se enfrentan. La formación en esta materia debe ser parte del gobierno corporativo moderno.
El futuro de la prevención del fraude ya no depende únicamente del cumplimiento normativo, sino de la capacidad de anticiparse con inteligencia. Las compañías que inviertan hoy en cultura de datos, modelos predictivos y colaboración interdepartamental no solo estarán más protegidas: también serán más resilientes y competitivas. En un entorno donde los riesgos evolucionan con la misma rapidez que la tecnología, prevenir no es una opción: es una obligación estratégica.
*El autor es Senior Manager de Digital & Analytics en Cybertrust Latam
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