Según Komal Dadlani, el desafío principal de la educación actual no es la tecnología o los celulares, sino el uso que se les da.
Uno de los principales errores al debatir sobre prohibir el uso de los teléfonos celulares en los colegios es pensar que condenar un dispositivo o acción específica ataca la raíz del problema. Los detractores hablan con razón de los efectos negativos de la exposición a las redes sociales y pantallas en los niños y jóvenes. Sin embargo, el daño a la salud mental y a las relaciones interpersonales no es causado por la tecnología o herramienta en sí, sino por su mal uso.
Tal como han declarado distintas autoridades, no en todas las asignaturas es aplicable incluir estos dispositivos, ni tampoco se recomienda en menores de 13 años. Pero tomando los debidos resguardos, es fundamental incluir la tecnología en estudiantes desde séptimo año hacia arriba, en especial si consideramos cómo esta ha revolucionado la forma en que trabajamos y nos relacionamos entre sí.
Según el Foro Económico Mundial, el 65% de los niños y niñas que hoy son estudiantes, cuando egresen tendrán trabajos que aún no existen. En línea con esto, gracias a sus atributos tecnológicos, los teléfonos celulares y tablets representan una herramienta de innovación que facilita la educación y fomenta el aprendizaje cuando se utilizan con fines pedagógicos y desde este punto de vista, son mucho más que redes sociales, de las cuales estamos en contra al ser las verdaderas causantes del problema.
Pensemos en lo que ocurre en las miles de escuelas de todo el país que no cuentan con laboratorios ni el equipamiento necesario para experimentar contenidos de ciencia y tecnología. Cuando aprovechamos las funcionalidades de estos dispositivos, estamos dándoles un nuevo propósito como instrumentos de medición a través de los sensores que los celulares y/o tablets traen incorporados. Por ejemplo, la herramienta Cámara utiliza las imágenes capturadas por la cámara del celular para determinar la posición de objetos en movimiento a través del tiempo, y con ello analizar el movimiento, determinar su posición, velocidad y aceleración. O la herramienta Acelerómetro, empleada originalmente para determinar el movimiento del dispositivo, puede tener un uso educativo con experimentos para analizar cómo cambia la aceleración de un objeto al deslizarse por una superficie.
Por lo tanto, el desafío principal de la educación actual no es la tecnología o los celulares, sino el uso que se les da. Estamos de acuerdo en limitar, e incluso eliminar el acceso a las redes sociales dada la evidencia que existe en el daño que generan los algoritmos, pero prohibir los dispositivos móviles como tablets y celulares elimina un instrumento portátil de aprendizaje y experimentación práctica. Al hacerlo, retrocedemos en la alfabetización digital y limitamos nuestro potencial de ser creadores de tecnología, en lugar de solo consumidores. Imaginen lo que ocurriría si le quitamos a un adulto alguna herramienta del día a día que le ahorra tiempo y lo ayuda en su trabajo. Algo similar ocurre cuando sacamos la tecnología de las salas de clases.
Por eso, el foco debe estar en actualizar los procesos educativos, dentro y fuera del aula, poniendo a los estudiantes en el centro. Bien regulados y eliminando las redes sociales, los teléfonos celulares pueden generar aprendizajes profundos y significativos en todas las asignaturas y niveles. No apropiarnos de la tecnología para desarrollar habilidades STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) sería un gran perjuicio para el desarrollo de los jóvenes y el progreso del país a largo plazo.
*La autora es bioquímica y cofundadora de Lab4U
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