En su nueva novela, “Ciertos chicos”, el escritor se adentra en un viaje íntimo, donde los afectos y las emociones se expresan sin limitaciones, en medio de las sombras de una dictadura.

Una pareja de adolescentes comparte audífonos mientras viaja en el metro. Esa fue una imagen que se le quedó guardada en la memoria a Alberto Fuguet, y que habría de convertirse en el punto de partida de un relato en el cual el escritor chileno se desnuda emocionalmente para mostrar el corazón y sus sentimientos.

En Ciertos chicos, editada bajo el sello Tusquets Editores, Tomás y Clemente caminan, cada uno por su lado, por las calles de un Santiago oprimido bajo la dictadura de Pinochet, mientras sus destinos se enfilan a encontrarse. “No quería que el sexo, el acoso o la violencia fueran los únicos temas. Quería contar una historia con la que cualquiera pudiera identificarse, porque la novela no es [sobre] una relación, sino una fantasía de dos chicos que andan buscándose y ojalá se conozcan”, comenta a Forbes Life.

El autor confiesa que este es el libro con el cual le hubiera gustado debutar en la literatura. “Es como si mis novelas anteriores surgieran de esta”, reflexiona, una tranquila mañana durante la pasada edición de Hay Festival Querétaro, en México.

“¿Te conozco?”, me pregunta. “Solo de la conferencia de prensa”, le respondo rápidamente, y agrego “Estuve ahí”, antes de cuestionarlo sobre por qué le llevó casi seis años escribir este libro y dar forma a su final.

El proceso creativo fue, para Fuguet, una experiencia profunda, casi catártica. “Quizá viajé muy atrás en mí, en el tiempo, y volví con demasiadas maletas”, reflexiona. No fue hasta que encontró el título cuando la historia realmente tomó forma en su mente. Aunque no es una obra autobiográfica, el escritor chileno busca que el lector crea que es verdad, “es lo que llaman suspensión de la realidad. Mi meta es que sientas y recuerdes cosas”. Eso lo consigue a través de una narrativa inundada por referentes de la cultura pop de los 80.

De esta forma, construyó un relato que no le teme a expresar sentimientos. Incluso, pudiera pensarse que es una historia “para chicas”, algo que al mismo autor no le molesta aceptar. “Es la primera vez que pienso en un público de lectores como: ‘Ojalá a una chica le guste’, porque, a la larga, creo que llama la atención que haya corazón. Después de vivir una época como la pandemia y el estallido social en Chile, sentí que era el momento para no tener miedo a los afectos, a la fragilidad, a las emociones”.

La novela es también un relato de los outsiders, los freaks, los losers, los que siempre han estado al margen. Se habla del pasado, pero mirando hacia adelante. Probablemente, agrega el entrevistado, es para que alguien le dijera a Clemente y Tomás que tenían la razón: que comprar discos de vinilo no es tan mala inversión; que a Stephen King, considerado el peor escritor de la historia (según los críticos chilenos), no le iba a ir tan mal; que películas como Cuenta conmigo no era una cinta desechable de fin de semana y, a pesar de que actúan puros chicos de 12 años, podía ser un clásico; y que la dictadura de Pinochet se acabaría un año después.

DE LA CRÓNICA ROJA A LA LITERATURA

Antes de ser novelista, Alberto Fuguet ejerció el periodismo y, al inicio de su carrera, estaba en la peor de las secciones, según comenta él mismo: la policiaca. Cubría asesinatos todos los días. Sin embargo, incluso en ese contexto, se esforzaba por hacer bien su trabajo, pues pensaba que algún día alguien descubriría sus artículos.

La literatura llegó a su vida por casualidad. Él quería ser el mejor periodista chileno, pero las clases en la universidad lo decepcionaron porque ahí no se leía a Truman Capote y las notas solo cubrían accidentes. Fue un maestro quien le recomendó dedicarse a escribir ficción.

“Todos mis compañeros de clase querían ser escritores… y a mí me caían mal. Pero, de pronto, sin quererlo, este profesor me salva la vida y al mes estaba en un taller de literatura”, confiesa.
Además de haber experimentado con la crítica de cine, música y cultura pop, ha publicado una serie de libros de ficción y no ficción que incluyen Sudor, Sobredosis, Tinta roja y Mala onda, entre otras, los cuales lo han situado entre los escritores latinoamericanos más influyentes en la actualidad, logrando, con ello, trascender las fronteras chilenas.

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EL POP NO TIENE FRONTERAS

“Me gusta pensar que estoy rompiendo esquemas”, asegura. Y aclara que aunque Ciertos chicos se sitúa concretamente en Chile y en la época de Pinochet, no es un libro que interese solo a chilenos. Critica, además, cómo algunos autores explotan las tragedias de cada país para vender libros. “Si cuentas la tragedia porque es algo que realmente viviste o sentiste, te respeto mucho; pero creo que cada país sabe lo que puede explotar”.

Afortunadamente, en las últimas décadas, los lectores de la región han vuelto a valorar más la literatura en español y Fuguet quiere aprovechar ese cambio para llegar a más públicos. Sin embargo, se resiste a escribir en un “español neutro”, como si estuviera hecho con inteligencia artificial. “Tampoco quiero escribir en un chileno tan atroz que nadie me entienda [más que en Chile]. No me gustaría tener algo tan neutro. Lo bueno de la literatura mexicana es que tenga algo de México”, ejemplifica.

El pop, en cambio, trasciende las fronteras. “Mi impresión es que no hay nada más mexicano que Taylor Swift… o nada más chileno que Pandora, porque, al final, el pop se vuelve parte de la identidad del país en donde se recibe”.

Antes de despedirse, el autor confiesa que no tiene claro si Ciertos chicos se convertirá en una saga, aunque en la historia hay un capítulo dedicado a la dislexia de los afectos, la cual, en el mediano plazo, podría ser parte de una nueva novela. Una reflexión profunda sobre la madurez y el encuentro de dos generaciones.

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