La escasez de lluvias es uno de los efectos que conlleva este fenómeno en el país. Andrea Ramos da a conocer sus implicancias a nivel local.

El fenómeno meteorológico de La Niña se caracteriza por su capacidad de cambiar el patrón del clima en el mundo. No afecta a todos por igual, y en el caso de Chile, está asociado a perí­odos de bajas precipitaciones, sequí­a y temperaturas más frías, mientras que en otras zonas puede provocar inundaciones y diversos desastres naturales. 

Tampoco es predecible. Los expertos pronosticaban su llegada para comienzos de año, cosa que no ocurrió. Entrando al décimo mes de 2024, no hay claridad sobre lo que ocurrirá e incluso, son varios los que argumentan que esta incertidumbre es un efecto más de la inestabilidad climática que está experimentando el planeta a raí­z del cambio climático y el calentamiento global.

En este contexto, ¿qué ocurre con la agricultura y cómo podría verse impactada? Sin lluvias, existe una menor disponibilidad de agua para el riego. Esto incide en el desarrollo de la actividad agrícola, especialmente en regiones como Coquimbo, Valparaíso, Metropolitana y O’Higgins. La producción de cultivos como frutas, verduras y hortalizas se ve seriamente afectada y como consecuencia directa, se registran alzas en el precio de los alimentos.

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Pero además, en Chile el desafío es doble, porque se trata de uno de los países más vulnerables al cambio climático debido a su geografía diversa y su dependencia de recursos naturales. De hecho, desde el año 2010, el territorio comprendido entre las regiones de Coquimbo y de La Araucanía ha experimentado un déficit de precipitaciones cercano al 30%.

El retraso del fenómeno de La Niña confirma lo que venimos comprobando en los últimos años: la interdependencia entre el cambio climático, disponibilidad de agua, la gestión del riego y la sustentabilidad. De todas las actividades económicas, la producción de alimentos es una de las que tienen mayor dependencia del clima y por eso la actual crisis requiere de atención urgente, especialmente en las cuencas más estresadas de Chile y del resto de la región. 

Los agricultores y el sector agrícola en Chile están realizando distintas acciones para adaptarse a este escenario. Algunas de las estrategias más relevantes incluyen la inversión en tecnologías de riego eficiente, fundamentales para optimizar el uso del agua; y también ajustes en los calendarios de siembra y cosecha para adaptarse a los nuevos patrones de lluvia y temperatura. Además, a nivel gubernamental se han iniciado una serie de programas y políticas para abordar la crisis hídrica, como la construcción de embalses o la mejora de la gestión de cuencas hidrográficas.

En un contexto climático incierto, el alza en el precio de los alimentos es un problema que afecta a la sociedad completa. Por eso, la tecnología, la colaboración y los incentivos económicos concretos para los agricultores son prioritarios. No podemos dejarlos solos, es clave acompañarlos en esa adopción e incentivar a quienes están haciendo bien las cosas. Al final del día, son ellos quienes liderarán el camino hacia la gestión sostenible del agua teniendo claro que la agricultura es fundamental para asegurar la alimentación global y el bienestar del ecosistema. Es importante movilizarnos cuando antes y también dirigir los recursos económicos hacia inversiones con foco en buenas prácticas y tecnologías. En caso contrario, perdemos todos.

*La autora es vicepresidenta de Adaptación Climática de Kilimo

⁎ Las opiniones expresadas son solo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Chile.

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