En un entorno de alta incertidumbre las empresas pueden adaptarse con una útil herramienta: el cambio. Andrés Varas explica por qué el cambio representa una oportunidad de crecimiento.

Hoy vivimos en un mundo de continuo cambio. Volatilidad, crisis económicas y sociales, tensiones geopolíticas, pandemia y el avance vertiginoso de la tecnología, son algunos de los desafíos que enfrentamos actualmente las empresas. ¿Cómo responder a este escenario? Aunque suene irónico, con más cambio.

Quien se mantiene estático en tiempos cambiantes no logra impulsar la competitividad. Para liderar en el mercado de hoy, las organizaciones deben impulsar una transformación profunda, de procesos, formas de trabajo, roles y de todos los aspectos que marcan su estrategia de negocios. De esa forma, avanzando hacia un cambio holístico las compañías pueden alcanzar la resiliencia empresarial, desarrollando así la capacidad de enfrentar efectivamente los shocks y la adversidad.

La agilidad es parte fundamental de la resiliencia empresarial, porque permite a las organizaciones no solo adaptarse rápidamente al cambio, sino que muchas veces adelantarse a él. La agilidad es la capacidad de reorientarse con rapidez. Según demostró un estudio reciente de McKinsey, la resiliencia tiene una clara ventaja competitiva. Durante la crisis financiera mundial de 2008, las organizaciones resilientes generaron un 20% más de rentabilidad total para sus accionistas que sus homólogas, ventaja que se aceleró hasta 50% entre 2009 y 2011. Y este escenario se mantuvo durante la pandemia.

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Pero, ¿cómo avanzar hacia una cultura adaptativa? Primero, a través de un profundo cambio cultural. Las organizaciones deben fomentar un entorno en el que no se tema el cambio, sino que se acepte como una oportunidad de crecimiento. Esto significa animar a los colaboradores a asumir riesgos, experimentar y aprender de los fracasos. Una cultura que valore la comunicación abierta y la colaboración en todos los niveles es esencial para crear un sentido de propósito compartido.

En segundo lugar, la agilidad debe empezar desde arriba. Los líderes deben ejemplificar los principios ágiles, fomentando la transparencia, la confianza y la capacitación. Deben dar prioridad al aprendizaje continuo y estar dispuestos a adaptar su estilo de liderazgo para apoyar las prácticas ágiles. 

El tercer elemento está muy relacionado con los dos anteriores: desarrollar una sólida estrategia de gestión de riesgos y un plan de resiliencia para minimizar el impacto de los retos imprevistos. Esto incluye la planificación de escenarios, procedimientos de respuesta a crisis y medidas de continuidad del negocio.

El cuarto elemento clave es la tecnología. La implementación de herramientas y sistemas adecuados puede mejorar la comunicación, colaboración y la toma de decisiones. Las plataformas basadas en la nube, el análisis de datos y la automatización pueden agilizar los procesos y proporcionar información valiosa para la toma de decisiones informadas.

Finalmente, la mejora continua es otro elemento fundamental. Las empresas deben evaluar y ajustar periódicamente los procesos, las prácticas y estrategias. Para esto es necesario definir y comunicar con claridad los objetivos y resultados clave esperados, conocidos como OKRs (Objetives y Key Results en inglés), para medir la eficacia de las iniciativas de agilidad. 

En tiempos de cambio, las empresas deben transformarse. De esa manera, podrán mantenerse competitivas y capturar oportunidades de crecimiento en un mercado que puede parecer muchas veces incierto.

*El autor es CEO de BICE VIDA

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