Red Forbes
Los efectos de la COVID-19 en el mercado laboral peruano
Son los autoempleados quienes recibieron el peor golpe de la pandemia, pero, al mismo tiempo, quienes más rápidamente han debido pararse y volver a alguna actividad. Sin embargo, el costo ha sido insertarse en actividades menos productivas, que les reportan menores ingresos.

Perú ha recibido un impacto muy fuerte de la pandemia, así como de las políticas de restricción de las actividades económicas implementadas en ese contexto. La cuarentena inicial, de las más estrictas en el mundo, llevó a una caída de 30,2% en el producto en el segundo trimestre de 2020 con relación al año anterior, la mayor en todo el globo. A diciembre de 2020, el país sumó más de 1 millón de casos confirmados, y más de 37.000 muertos oficiales por COVID-19. La caída del PBI al finalizar ese año fue de 11,1%.
Evidentemente, este escenario ha tenido un impacto muy fuerte en el mercado laboral. Al brutal impacto inicial, sin precedentes en la historia republicana del país, ha seguido una recuperación en el mejor de los casos heterogénea. Como se puede observar en el gráfico 1, en Lima Metropolitana, el mayor mercado laboral del país, a partir de mediados de 2020, los trabajadores vuelven a la actividad, se reduce la inactividad y la ocupación comienza a recuperarse. Aumenta también el número de desempleados, señal de la mayor actividad de búsqueda de empleo. La recuperación siguió hasta fin del año pasado, pero luego se ha visto detenida por una segunda ola de contagios que aún continúa.
La recuperación viene siendo marcada por algunos rasgos estructurales problemáticos del mercado laboral peruano. Por un lado, un exceso de trabajo independiente o autoempleo. A diferencia de las economías desarrolladas, donde la gran mayoría de la fuerza laboral es asalariada (94% en Estados Unidos, 85% en la Unión Europea), e incluso respecto a sus pares regionales, la fuerza laboral peruana está dividida en similar proporción entre trabajadores asalariados e independientes. En efecto, la proporción de trabajo asalariado del país (45%) se encuentra por debajo que la de países con menores niveles de producto por habitante, como Guatemala (60%), Paraguay (58%) o El Salvador (63%). Lo mismo sucede frente a otros países latinoamericanos, como Chile (72%), Colombia (50%) o México (68%). Por otro lado, existe un exceso de informalidad: 20 puntos porcentuales por encima del promedio de países de la región. Ambos fenómenos están entrelazados, ya que el 90% del empleo independiente es informal.
El gráfico 2 presenta las trayectorias de los trabajadores independientes, así como de los asalariados formales e informales. Aún cuando las tendencias son similares para los tres grupos, las respuestas al contexto de la pandemia son de magnitudes considerablemente distintas. Comenzando por el golpe inicial, que claramente afectó bastante más a los trabajadores independientes (caída de -62% en el empleo) y asalariados informales (-63%) que a los asalariados formales (-38%). A finales de año, sin embargo, el nivel de empleo entre los independientes ya era similar al periodo anterior a la epidemia. Los asalariados informales, por su parte, aún estaban -9% por debajo del nivel prepandemia, mientras que los formales estaban en -18%.
Son los autoempleados quienes recibieron el peor golpe de la pandemia, pero, al mismo tiempo, quienes más rápidamente han debido pararse y volver a alguna actividad. Esto no debería sorprender, puesto que no cuentan con ningún tipo de protección social. Más aún, las normas aprobadas por el Congreso para proveer soporte a diferentes grupos sociales han tendido a enfocarse solamente en los trabajadores formales, activos o jubilados.
Las heterogéneas respuestas al shock que ha recibido el mercado laboral han develado que este tiene una clara y creciente tendencia hacia la informalización. También nos indican que existe un declive relativo en las relaciones asalariadas. Estas tendencias se han visto interrumpidas por el nuevo shock que ha traído la segunda ola de contagios de COVID-19 en el primer trimestre de 2021. Aquí, nuevamente, son los trabajadores independientes o autoempleados quienes han recibido el mayor golpe, con una caída del empleo de poco más de -10% en el primer trimestre del año, mientras que entre asalariados informales y formales la caída es de alrededor de -6%.
Sería un error, sin embargo, ver en la rápida recuperación del empleo entre los independientes un indicador de la resiliencia y capacidad de adaptación al cambio de este grupo. De hecho, ya antes de la reciente crisis, los empleos que reportaba este grupo tendían a ser de muy baja productividad: tres de cada cuatro tienen ingresos por debajo del salario mínimo. Esta situación solo ha empeorado en la actual coyuntura. En efecto, como podemos observar en el gráfico 3, los ingresos en este grupo han caído fuertemente. Así, mientras que en el sector asalariado formal los ingresos promedio para los que han podido mantener sus empleos han crecido ligeramente (1,2%), entre los independientes/autoempleados han caído más de un cuarto (-27%). En el caso de los asalariados informales la caída ha sido del 5%.
La implicancia central de una recuperación del empleo que acentúa las debilidades estructurales del mercado laboral peruano, como la que se observa hasta ahora, es muy clara. La productividad de la economía va a sufrir y, con ella, el bienestar de las familias. Para evitar este indeseable resultado las políticas para la reactivación económica deben poner especial énfasis en promover el empleo asalariado formal.
Contacto
Miguel Jaramillo Baanante ([email protected]) es economista e investigador principal del Grupo de Análisis para el Desarrollo (GRADE).
Las opiniones expresadas son solo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes.