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¿Por qué el modelo sociopolítico de Perú es un castillo de naipes?

Pensar que el crecimiento económico va a resolverlo todo por sí solo, es tan absurdo y arcaico como creer que el Estado puede ser exitoso controlando el mercado a su antojo.

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¿Por qué el modelo sociopolítico de Perú es un castillo de naipes?

Está ya bastante probado que el crecimiento económico ha permitido salir de la pobreza a millones de hogares. Los periodos de mayor crecimiento económico coinciden con las tasas más altas de reducción de pobreza. Pero, ¿qué tan sólida ha sido esa transformación?

Se han creado más y mejores empleos, pero la mayoría de ellos aún siguen siendo informales, de baja calidad y carentes de un sistema adecuado de protección social. El crecimiento económico no ha permitido crear las condiciones necesarias para que todas las personas del país puedan acceder a las mismas oportunidades. Pensar que este crecimiento va a resolverlo todo por sí solo, es tan absurdo y arcaico como creer que el Estado puede ser exitoso controlando el mercado a su antojo. Vivimos en un país en donde un tercio de los distritos cuenta con personas con un ingreso promedio inferior al costo de una canasta básica y en donde otro tercio no puede cubrir más de una.

Hemos creado un sistema aparentemente exitoso, pero que, al primer soplido del lobo feroz, todo lo construido se viene abajo. ¿Esto ha sido culpa del mercado? El sector empresarial debe reconocer que las nuevas formas de hacer negocios, implican estrategias serias de creación de valor compartido. Pero es el Estado quien ha sido incapaz de traducir el progreso económico en progreso real para la gente. Es la república la que ha fracasado esperando que una mano invisible lo solucione todo.

El problema no es el modelo económico, sino el modelo sociopolítico. El primero es el que más avances nos ha traído pese al descalabro institucional del segundo. El problema real es que se sigue mirando al país desde un balcón limeño, se analizan los problemas nacionales desde nuestras lunas polarizada sin haber tenido la más mínima empatía por el abandono permanente de ciudadanos reales que merecen ser tratados como tales.

Lo indígena y lo provinciano son vistos como fenómenos sociales y son materia de estudio y análisis permanente, pero todavía no son reconocidos como ciudadanos en la construcción de políticas públicas. Doscientos años después seguimos siendo una sociedad donde unos son pobladores y otros son vecinos, donde nos indignamos más por una pizza que viene con una cucaracha que por empresas que tratan como cucarachas a sus trabajadores.

Antes de la pandemia, hemos visto morir a jóvenes por trabajar en pésimas condiciones. En plena crisis sanitaria, se ha denunciado que un restaurante obligó a sus empleados a trabajar pese a tener COVID-19 y que otros fueron despedidos por no haber podido levantarse de sus camas. Pese a estas situaciones, no ha pasado nada. No hay empatía, no hay sentido de urgencia ni mucho menos una agenda real para acabar con esta realidad que nos retrasa.

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En uno de mis viajes al Vraem, estuve con un grupo de empresarios que buscaban ver la forma de comprar piña a comunidades ashaninkas para hacer jugos industrializados. Al retirarnos, uno de los dirigentes me jaló a un costado y me dijo: “Señorita, nosotros no queremos venderle piñas a los de Lima. Nosotros queremos ser las personas que conviertan la piña en jugos que se vendan en Lima. No queremos ser solo campesinos que venden piña. Queremos ser empresarios, porque solo así el país nos va a respetar”. Yo creía que podía ser un buen proyecto, pero el enfoque estaba errado. El problema es que, muchos de nosotros, como limeños, no somos capaces de incluir a “los otros” como iguales en nuestro imaginario de país desarrollado.  

El efecto electoral

En este contexto, Pedro Castillo ha conectado con la frase “nunca más pobres en un país rico” y, con ella, busca atacar al actual modelo económico. Lo cierto es que seremos pobres mientras tengamos instituciones pobres. La gran pregunta es, ¿qué pasaría si esa frase la enarbola la derecha? ¿A la derecha no le conviene, acaso, construir un país lleno de ciudadanos de primera clase, capaces de producir y consumir más de lo que se hace hoy?

La agenda de la inclusión no debe tener ningún tinte político. No es posible que ante cualquier reclamo u opinión que solo busca justicia social, se quiera cancelar el discurso “terruqueando” a la persona que lo abandera. La derecha debe comprender que no es ético ni competitivo que un país tenga sobrevivientes del sistema. Necesita entender que, lejos de polarizar y defender con uñas y dientes un modelo económico, requiere centrar su discurso en la necesidad de construir instituciones efectivas para la gente, con reglas de juego claras y justas para todos. Es vital que la derecha comprenda que necesitamos un país donde se puedan hacer negocios con facilidad, pero, al mismo tiempo, que sea capaz de evitar que un ciudadano se vuelva pobre al intentar costear una enfermedad. Ningún país democrático liberal debería tener esa categoría si se permite que eso último suceda.

Si la derecha fuera capaz de comerse este pleito, el discurso radical de Castillo no sería tan atractivo. Por el contrario, ese discurso evidenciaría que es un castillo de naipes, atractivo pero vacío de soluciones serias que, lejos de cumplir con buenos deseos, se caerá en el absoluto retroceso.

Contacto

Alexandra Ames Brachowicz es politóloga y magíster en Gestión de Políticas Públicas de la Pontificia Universidad Católica del Perú. LinkedIn: Alexandra Ames

Las opiniones expresadas son solo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes.

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