Pozo sufrió prejuicios por ser una sastre mujer hasta que comenzó a vestir a algunas poderosas de Chile

El pasado 11 de marzo, cuando Gabriel Boric asumió la presidencia de Chile, lo hizo de la mano de su pareja, la cientista política Irina Karamanos.

El primer look que ocupó en ese entonces como Primera Dama fue un sastre de casimir verde, de tres piezas. El vestuario hablaba por sí solo: el verde fue el color que se utilizó durante toda la campaña presidencial, evocando a la esperanza, el cuidado al medio ambiente y el ya icónico árbol de Boric.

La maestra detrás de la elegante vestimenta de Karamanos fue la diseñadora chilena Wendy Pozo, quien no sólo elaboró esa pieza, sino también el enterito de lino azul que la ex Primera Dama ocupó en el TeDeum —haciendo guiño al color los pueblos originarios— y un palazzo de casimir.

“Al traje le confeccionamos, además, una polera en satín para tener un cambio durante el proceso de cambio de mando, moda sostenible que podrá usar y mezclar para distintas ocasiones”, cuenta Pozo en entrevista con Forbes Chile, desde su casa en Ñuñoa.

“El traje gritaba ideales por todos lados, pero tenía que ser sutil. Fue clave no ostentar”.

La diseñadora es apasionada por las motos de colección, la música, el cine y por el corte inglés. Al más puro estilo Peaky Blinders. No tiene miedo de innovar. Y por eso la eligen. Ha vestido al cineasta Sebastián Lelio; al actor Giordano Rossi para el Festival de Cannes; al empresario y coleccionista chileno Claudio Engel para una cena con los reyes de España, y también al gimnasta y medallista olímpico Tomás González para su primera gala del Festival de Viña del Mar.


“La sastrería dejó de ser algo sólo de hombres o sólo de mujeres. Quien quiera usar la ropa, bienvenido y bienvenida es. Ni los colores, ni las telas tienen que estar definidas como antes cuando los niños iban de celeste y las niñas de rosa. Eso se acabó”

“Prácticamente ha vestido a todos los hombres del espectro televisivo nacional”, dice su círculo más cercano.

“Yo no voy con modas. Te escucho. Quiero saber qué es lo que quieres representar. Para qué ocasión[…] Hago que mi cliente se vea bien y en eso va mi credibilidad, porque si lo visto a medias y hago que se vea mal, van a hablar mal de mí. No de él”, dice Pozo.

Las mujeres también están escogiendo los trajes diseñados por ella: además de la cientista política Karamanos, otra figura de La Moneda que le ha pedido asesoría es la ministra vocera de gobierno, Camila Vallejo, al igual que la periodista de CNN Chile, Mónica Rincón.

Por esta razón, uno de los ejes centrales del trabajo de Wendy Pozo es la sastrería sostenible con poco stock de prendas —lo que más les pide a sus clientes es que utilicen sus obras en más de una ocasión—, bajo un concepto no gender.

“La sastrería dejó de ser algo sólo de hombres o sólo mujeres. Quien quiera usar la ropa, bienvenido y bienvenida es. Ni los colores, ni las telas tienen que ser como antes: cuando los niños iban de celeste y las niñas de rosa. Eso se acabó. Tiene que ver con la actitud”, recalca.

Los inicios de una carrera prometedora

Wendy Pozo, Diseñadora
Foto: Rodolfo Jara / Forbes Chile

Pese a que nunca pensó en estudiar diseño de vestuario, al reflexionar sobre su vida, Wendy Pozos se dio cuenta de que todos los elementos estuvieron a la mano para convertirse en la artista que es hoy: creaba su propia ropa mientras buscaba su identidad. Sí, un gusto que heredó de su madre Ety, quien se caracterizaba por un estilo que combina pantalones, sombreros y zapatos de colores. “Era súper busquilla. Tenía un clóset con 500 blusas de seda. No repetía ninguna. Recuerdo que me llevaba a comprar a La Soriana, Chantilly, y me quedaba dormida debajo de los mesones”.

El Eurocentro ubicado en Santiago, según Pozo, fue un anticipo de lo que se vendría en términos de moda respecto a estilo alternativo, junto a las tribus urbanas en Chile. Era uno de sus lugares favoritos. En aquellos años, una de las dueñas de una boutique de la galería comercial, Miriam Figueroa Quezada, intentaba convencer a Wendy de trabajar con ella.

“Me preguntaba de dónde sacaba la ropa que llevaba puesta y le respondía que la hacía yo misma. Después de tanto buscarme, me convenció de trabajar en su boutique”, cuenta. Allí los hombres comenzaron a pedirle trajes y ella se enamoró de la sastrería.

Así estuvo durante un tiempo, hasta que un día el administrador del Eurocentro, ‘don César’, le dijo: “Tú puedes sola. Sabes lo que haces y lo haces bien. ¿Por qué no te instalas sola?”. Narra la diseñadora y reconoce que este personaje la impulsó a lanzarse a emprender un nuevo camino creativo.

El 7 de julio de 2003, Wendy abrió su local en Eurocentro. Estuvo casi seis años, y después de arreglar el establecimiento y remodelarlo, fue uno de los pocos que quedaron bien parados con el terremoto de 2010. En esa oportunidad, quien le arrendaba el local aumentó el precio de $200.000 a $1.000.000. “O te quedas o te vas” y ella le respondió: “Me voy'”. Después regresó a ocupar un espacio de venta en Bellas Artes, pero desde la calle Máximo Humbser.

Al iniciar actividades nuevamente alguien le preguntó por su nombre artístico y una amiga le sugirió que se pusiera ‘Londres’, dado que el estilo de la capital londinense es algo que
le gustaba mucho. “Ahí comenzó el problema porque todos buscaban a un caballero. Al ‘señor London. Al señor Sastre’. Todo el mundo pensaba que era hombre. Sobre todo las mujeres. ‘¿Cómo tú eres el sastre?, ¿sabes hacerlo bien?’, me decían. Era terrible. No tenía ningún rollo con que pensaran que era hombre, pero sí que era en un tono discriminatorio”.

“Se supone que las mujeres que hacemos vestuario somos modistas, pero no hay pasos más allá que eso. Como si las mujeres siempre tuviésemos que estar detrás de la maquinita y escondidas”

Fue la gota que rebalsó el vaso para cambiar el foco. Wendy —hasta hoy— tiene un bajo perfil. No le gusta figurar. “El ego con diseñadores es súper potente y no quería ser una más de esos. Por eso me escondía detrás de ‘Londres’ un poquito más. Me costó mucho dar el paso a ver una vitrina con mi nombre, pero fue salir de una burbuja para que la gente dejara de pensar que la sastrería era un trabajo exclusivo para hombres”, insiste.

“Se supone que las mujeres que hacemos vestuario somos modistas, pero no hay pasos más allá que eso. Como si las mujeres siempre tuviésemos que estar detrás de la maquinita [de coser] y escondidas, y que solamente los hombres pueden ser visibles en este oficio. A mí también me costó asumirlo pero después dije ‘ya basta’. Somos un montón de personas que estamos haciendo cosas. Y soy mujer. Yo también puedo hacer el mismo trabajo. Da lo mismo lo que sea”.

El acercamiento con la Primera Dama

A finales de diciembre, una asesora de Irina Karamanos le escribió a Wendy a través de Instagram. Le dijo que su foco no gender era importante y que quería que vistiera a la Primera Dama.

En tres ocasiones distintas, Irina Karamanos fue a la casa de la diseñadora que durante los años de pandemia funcionó como showroom. Ello, para pruebas de medida, y en otras ocasiones, para definir el traje que portaría durante el cambio de mando. “Nunca pensé que iba a vestir a una primera dama. La tratamos como una cliente más y le bajamos tanto el perfil a la situación que se generó algo súper cercano. Conversamos de distintos temas y mientras tomábamos café, mi gato se acostaba en sus piernas. Me gustó mucho trabajar con ella porque es una mujer muy aterrizada, sencilla. Muy humana”, sincera la diseñadora.

El traje debía reflejar eso: un cambio de gobierno más fresco, más joven.

“Lo que escogiésemos debía demostrar aquello. Irina es una mujer joven que va con todo el power […] Ha sido muy importante el avistamiento que le dio la Primera Dama y el Presidente al diseño local. Es importante mostrar que el diseño nacional puede trabajar cosas muy, muy buenas, y no tiene nada que envidiar al diseño extranjero”, concluye.