El Covid-19 provocó un sisma en la educación al girar hacia lo virtual. el reto es mayúsculo para los profesores, quienes intentan que sus alumnos no hagan trampa. Conozca a Chegg, que se ha convertido en la empresa de tecnología educativa más valiosa en Estados Unidos al conectar a universitarios para responder sus exámenes bajo demanda.

Quiere decir que puede usar Chegg Study, un servicio de 14.95 dólares al mes en Chegg, una compañía de tecnología cuyo precio de sus acciones se ha más que triplicado durante la pandemia. Le toma unos segundos buscar respuestas en la base de datos de la plataforma, que cuenta con 46 millones de problemas de libros de texto y exámenes, y entregarlos como propios. En otras palabras, hacer trampa. (Matt pidió que se ocultara su nombre real porque sabe que está violando el código de honor de su escuela).

Chegg tiene su sede en Santa Clara, California, pero el corazón de sus operaciones se encuentra en India, donde emplea a más de 70.000 personas con títulos avanzados en matemáticas, ciencias, tecnología e ingeniería. Los expertos, que trabajan como autónomos, están en línea las 24 horas del día, los 7 días de la semana, y brindan respuestas paso a paso a las preguntas publicadas por los suscriptores (a veces respondidas en menos de 15 minutos). Chegg ofrece otros servicios que los estudiantes encuentran útiles, incluidas herramientas para crear bibliografías, resolver problemas matemáticos y mejorar la escritura. Pero el principal impulsor de ingresos, y la razón por la que los estudiantes se suscriben, es Chegg Study.

“Si no quiero aprender el material”, dice un estudiante de segundo año de la Universidad de Florida con especialización en finanzas, “uso Chegg para obtener las respuestas”. “Lo uso para hacer trampa descaradamente”, dice un estudiante de último año de la Universidad de Portland.

Forbes entrevistó a 52 estudiantes que utilizan Chegg Study. Aparte de la media docena de estudiantes que Chegg proporcionó a Forbes para hablar, todos menos cuatro, admitieron que usan el sitio para hacer trampa. Se incluyen estudiantes de pregrado y posgrado en 19 universidades, tomando en cuenta escuelas estatales grandes, pequeñas y prestigiosas universidades privadas como Columbia, Brown, Duke y NYU Abu Dhabi.

Dan Rosensweig
Dan Rosensweig asumió el cargo de director ejecutivo de Chegg a principios de 2010, pero las cosas realmente se han acelerado durante la pandemia. “El crecimiento de la empresa es extraordinario en este momento”, dijo a fines de octubre. GUERIN BLASK / THE NEW YORK TIMES / REDUX.

Las suscripciones a Chegg se han disparado desde que casi todas las universidades del mundo se volvieron virtuales. En el tercer trimestre, crecieron un 69 % con respecto al año anterior, a 3.7 millones. Los ingresos de nueve meses aumentaron 54 % a 440 millones de dólares (mdd) hasta septiembre y se proyecta que alcancen los 630 mdd. (Al cierre de esta edición, Chegg no había informado las cifras finales de 2020). Mientras tanto, su capitalización de mercado casi se ha cuadriplicado desde el 18 de marzo, cuando Estados Unidos comenzó a cerrarse por el Covid-19. Chegg ahora está valorada en más de 12.000 mdd.

Su CEO, Dan Rosensweig, se ha beneficiado enormemente. Sus tenencias de Chegg más los ingresos después de impuestos de la venta de acciones suman 300 mdd. Rosensweig, quien se negó a hablar con Forbes, ha dicho que Chegg Study “no fue construido” para hacer trampa. En cambio, lo describe como el equivalente de un tutor asincrónico, siempre activo, listo para ayudar a los estudiantes con respuestas detalladas a los problemas. En una entrevista de 2019, dijo que la educación superior debe adaptarse a la economía bajo demanda, como lo han hecho Uber o Amazon. “No sé por qué no puedes ver tu educación en exceso”, dijo. “Mi punto de vista es que la educación tendrá que llegar a nosotros a través de los dispositivos que tenemos”.

Dos ejecutivos de Chegg, los vicepresidentes Arnon Avitzur y Erik Manuevo, apoyan las afirmaciones de Rosensweig sobre la intención de la compañía. “Está ahí para ofrecer a los estudiantes un servicio personalizado para ayudarlos a despegarse”, dice Avitzur.

En una declaración escrita, uno de los presidentes de Chegg, Nathan Schultz, dice: “No somos ingenuos de que [hacer trampa] sea un problema. Y el movimiento masivo hacia el aprendizaje remoto solo lo ha aumentado. Seguimos comprometidos al 100 % a abordarlo y estamos invirtiendo recursos considerables para hacerlo. No podemos hacerlo solos y estamos trabajando con profesores e instituciones, y continuaremos haciendo más, incluida la educación de los estudiantes”.

Sus inversiones no parecen estar dando sus frutos. El otoño pasado, los estudiantes universitarios de un curso de finanzas en Texas A&M utilizaron Chegg para hacer trampa en varios exámenes en línea. Timothy Powers, quien dirige la oficina del sistema de honor de la universidad, dice que cientos de alumnos enviaron respuestas que copiaron de Chegg más rápido de lo que les habría llevado leer las preguntas.

“Es una carrera armamentista”, dice Powers. “Estamos tratando de detener la mala conducta académica y los estudiantes se están convenciendo de que todos sus compañeros están haciendo esto”.

A lo largo de la pandemia, las escuelas han gastado millones en supervisión remota, una práctica controvertida en la que las universidades pagan a empresas privadas como Honorlock y Examity para vigilar a los estudiantes mientras toman los exámenes. Los equipos de supervisión bloquean los navegadores web de los estudiantes y los miran a través de las cámaras de sus portátiles. Los críticos dicen que los servicios invaden la privacidad de los estudiantes. Según los informes, los examinados han orinado en sus escritorios por temor a ser acusados de hacer trampa si la cámara los detecta levantándose para ir al baño.

Aunque la mayoría de los estudiantes entrevistados por Forbes dicen que los supervisores remotos los asustan demasiado por hacer trampa en los exámenes, varios señalan que superan sus exámenes en línea independientemente de si están supervisados o no. “Mientras no uses el Wi-Fi de la escuela, no te atraparán”, dice un estudiante de segundo año de una escuela estatal.

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Los estudiantes siempre han hecho trampa. En el siglo XII, los examinados chinos cosían copias del tamaño de una caja de cerillas de textos confucianos en sus ropas para poder hacer trampa en los exámenes de la función pública. Henry Ford II abandonó Yale en 1940 después de que se expusiera a pagarle a alguien para que escribiera su tesis de último año.

El tamaño del problema es difícil de medir, dice la profesora de Penn State, Linda Treviño, coautora del libro Cheating in College (2012). Parte del desafío es definir qué constituye una trampa. ¿Es recibir una respuesta a un problema de la tarea de un amigo?, ¿Mirar el trabajo de un compañero de clase durante un examen?, ¿Pagarle a alguien para que haga un examen por usted?, ¿Ingresar respuestas de Chegg? También es difícil obtener información confiable. “Dependes de las personas que hacen trampa para ser honesto contigo sobre si hicieron trampa”, dice Treviño. Su libro fija la proporción de estudiantes universitarios que hacen trampa en aproximadamente dos tercios.

Los estudiantes hacen trampa por varias razones. Para obtener mejores calificaciones para poder ingresar a una escuela de derecho o medicina de élite. Aprobar cursos de distribución obligatorios (ingenieros forzados a estudiar Shakespeare y viceversa) que no les interesan. Para ahorrar tiempo para que puedan jugar fútbol americano universitario o trabajar en algo que pague la escuela y apoye a sus seres queridos.

Y porque sienten que todos los demás lo hacen y no quieren estar en desventaja si no hacen trampas también.

No se preocupan por ser atrapados. Aún más preocupante, no creen que están haciendo nada mal o no les importa. En 2020, una graduada de la Universidad George Washington que estaba solicitando el ingreso a la escuela de posgrado dice que trató de usar Chegg de la forma en que los ejecutivos de la compañía dicen que estaba previsto, “más como una herramienta de instrucción”. Pero su curso de física mecánica fue muy difícil. “Me sentí como una polilla atraída por una llama”, dice acerca de chequear su tarea de física en el último minuto. “Cuando es casi medianoche, ¿por qué no usar Chegg solo para terminar la tarea?”.

Chegg Study comenzó su vida como Cramster, una startup del sur de California fundada en 2002 por un recién graduado de ingeniería de UCLA, Aaron Hawkey, que entonces tenía 24 años. En la universidad, Hawkey deseaba tener un lugar para buscar respuestas a problemas difíciles. Su idea: crear un sitio web que describiera cuidadosamente las soluciones a problemas de matemáticas, ciencias e ingeniería.

Él y su socio Robert Angarita, entonces estudiante de 23 años de la Universidad del Sur de California, sabían que necesitaban generar muchas respuestas de alta calidad. Uno de los profesores de Angarita tenía un primo en la India y los alentó a contratar allí a autónomos bien educados que respondieran a las preguntas que subían los estudiantes. “Era una cuestión de costo y cantidad”, dice Hawkey.

A finales de 2010, Chegg adquirió Cramster por una suma no revelada. Resultó ser la gallina de los huevos de oro de la empresa en apuros. Chegg se había lanzado apenas dos años antes de Cramster, en 2000, como CheggPost, un mercado de pulgas en línea del campus fundado por Josh Carlson, estudiante de segundo año de la Universidad de Iowa, quien combinó “pollo” y “huevo” (Chicken and Egg) para hacerse del nombre.

Después de asociarse con un ambicioso estudiante de la India con un MBA de la Universidad de Iowa, Aayush Phumbhra, se retiró en 2005. Phumbhra y su nuevo socio Osman Rashid acortaron el nombre a Chegg y cambiaron su estrategia al alquiler de libros de texto.

Los estudiantes estaban felices de pagar 30 dólares para alquilar un libro de texto de 250 dólares por un semestre. Pero la compra, el almacenamiento y el envío de libros sangraban en efectivo. Los inversionistas de capital de riesgo invirtieron 280 mdd de todas formas y, para 2010, el inversor principal Ted Schlein, socio de la potencia de Silicon Valley, Kleiner Perkins, reclutó a Dan Rosensweig para darle la vuelta a Chegg.

Rosensweig, ahora de 59 años, había demostrado su capacidad de liderazgo, primero en la editorial de Nueva York, Ziff Davis, donde dirigió una empresa derivada de Ziff, el sitio de noticias de tecnología ZD-Net, a fines de la década de 1990. El multimillonario japonés Masayoshi Son, propietario de Ziff y miembro de la junta, era un inversor en Yahoo, un portal de Internet de moda en ese momento. Recomendó a Rosensweig para el puesto número 2. Después de desempeñarse como director de operaciones de Yahoo de 2002 a 2007, Rosensweig trabajó brevemente en capital privado y luego como director ejecutivo de Guitar Hero, un popular videojuego en el que los usuarios tocan himnos de rock en una guitarra de plástico en miniatura.

Aunque ninguna de sus experiencias previas a Chegg se refirió a la educación o los libros de texto, a Rosensweig le gusta decir que se sintió atraído por la empresa porque su madre enseñaba en una escuela pública mientras él crecía en Scarsdale, Nueva York, y tenía dos hijas que estaban preparando para la universidad. Tan pronto como comenzó en Chegg a principios de 2010, agregó un eslogan a su firma de correo electrónico que decía: “Ponemos a los estudiantes primero”. “Pensé que era un poco cursi”, dice Chi- Hua Chien, entonces socio de Kleiner Perkins, “pero Dan tenía la visión de convertir Chegg en una plataforma de aprendizaje completa de principio a fin”.

Primero Rosensweig tuvo que reunir más capital. En noviembre de 2013, con un balance en números rojos y la competencia de Amazon, que había comenzado a alquilar libros de texto en 2012, hizo pública la empresa. La acción se hundió de un precio inicial de 12,50 dólares a un mínimo de 4 dólares a principios de 2016. Ese fue un período difícil para Rosensweig. En una entrevista de 2017, cuando las acciones subieron a 11 dólares, se le preguntó sobre las frustraciones de su carrera.

“Vives en Silicon Valley y todo el mundo es multimillonario y tú no. Todo el mundo se hace público y al menos tiene un momento en el que sus acciones suben, y las tuyas no”. Se puso tan mal, dijo, “Tuve un momento de chuparme el dedo en la cama”.

A principios de 2015, encontró una manera de reducir las pérdidas de Chegg en el negocio de los libros de texto. El distribuidor de libros Ingram acordó comprar y distribuir el inventario de Chegg, mientras que Chegg continuó como comercializador para el alquiler de libros de texto bajo su propia marca (en 2019, Chegg cambió de distribuidor a FedEx).

Basándose en la buena reputación de Chegg entre los estudiantes, adquirió más de una docena de empresas que pensó que encajarían en su plan de ofrecer los servicios que los estudiantes necesitaban, incluidos Internships.com y Study Blue, que ayuda a los estudiantes a hacer tarjetas en línea. Pero la mayoría de estas empresas no han generado muchos ingresos y algunas simplemente fracasaron, incluido Campus Special, un sitio de ofertas diarias para estudiantes que Chegg compró por 17 mdd en abril de 2014 y cerró el mismo año.

Afortunadamente para Rosensweig, Chegg Study disfrutaba de un crecimiento constante y poca competencia. Su único rival serio, Course Hero, de propiedad privada, tiene una operación mucho más pequeña, valorada en 1,100 mdd.

A mediados de enero, Chegg emitió un comunicado de prensa sobre un nuevo programa llamado Honor Shield. Que permite a los profesores e instructores enviar previamente exámenes o preguntas de prueba, “evitando que sean respondidas en la plataforma Chegg durante un período de examen específico”.

Once meses después de que las universidades cambiaran al aprendizaje remoto, se cita al presidente de Chegg, Schultz, diciendo que debido al “impacto repentino” de la pandemia, “un pequeño número de estudiantes ha utilizado indebidamente nuestra plataforma de formas para las que no fue diseñada”.
Es dudoso que Honor Shield afecte el chequeo de los estudiantes.

Ya muchos profesores e instructores han renunciado a la lucha. En UCLA, el profesor de física Joshua Samani dice que él cree que “una porción asombrosamente grande” de sus estudiantes ha usado Chegg para hacer trampa en sus exámenes y pruebas. Pero no intenta atraparlos. “Si pasa su tiempo intentando luchar contra Chegg, va a perder”, dice. Al final del período de primavera de 2020, el profesor de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, Tyler Johnson, atrapó a 200 estudiantes que habían usado a Chegg para hacer trampa en el examen final en su curso de introducción de estadística. Sobre Chegg Study, Johnson dice: “Es simplemente inconcebible. Chegg sabe absolutamente lo que están haciendo los estudiantes”.

Por supuesto, no es razonable echarle toda la culpa de la trampa a Chegg. La naturaleza humana tiene la culpa, especialmente cuando estudiar desde casa hace que sea mucho más difícil que te atrapen. La exposición constante en las redes sociales a líderes políticos que hacen de la deshonestidad una virtud tampoco ayuda.

Pero Chegg ha armado la tentación y está sacando provecho de los peores instintos de los estudiantes. Nuestro arsenal de herramientas digitales y conectividad global debe implementarse para transformar la educación para bien. En cambio, Chegg los está utilizando para subcontratar las trampas a la India. Eso es una tragedia.

Por: Susan Adams | Forbes Staff